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Parece que el siglo XXI, en cuyo séptimo año nos encontramos, será igual de violento
que el anterior. A lo largo del siglo XX hubo muchos conflictos en el mundo: guerras de
liberación nacional contra las potencias colonialistas, guerras civiles, revoluciones,
guerras locales o zonales como las de Oriente Medio... Pero desde el punto de vista
militar ese siglo fue caracterizado por el enfrentamiento entre las grandes potencias:
tanto las Guerras Mundiales como las llamadas Guerra Fría.
Si la Primera Guerra Mundial fue un conflicto entre las grandes potencias coloniales
que luchaban por el control de los principales recursos del planeta, la Segunda, además
de más de lo mismo, también tuvo cierto carácter de enfrentamiento interracial, al
menos así fue interpretada por algunos de los combatientes.
Pero realmente fuera de lo común fue la Guerra Fría, y eso por varias razones. Primero,
porque no consistió en batallas militares entre los principales protagonistas: las grandes
potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, sino en guerras locales periféricas de
estados clientes: Corea, Vietnam... Y en segundo lugar, y sobre todo, porque en ese
enfrentamiento un importante elemento fue la ideología. El enfrentamiento de dos
sistemas: capitalismo versus socialismo, fue una batalla económica que se resolvió a
favor del sistema más fuerte desde el punto de vista económico, sin embargo también
fue un enfrentamiento ideológico y en ese sentido la solución no es tan clara. Debemos
prestar atención a este aspecto porque está muy relacionado con el conjunto de
problemas que se han presentado a nuestro mundo desde principios del presente siglo.
La alternativa socialista al sistema se distinguió por su contenido ideológico y ético. Ese
movimiento, más allá de las experiencias concretas de su aplicación, que no contó con
el apoyo ni el entusiasmo de la población de los países donde se aplicó, tuvo y sigue
teniendo su idea interna, unos valores que, de hecho, son el sueño eterno de la
humanidad Justicia, igualdad, hermandad o solidaridad entre las personas...
En la medida en que estos valores o ideas entren en la mente humana, todo tipo de
guerras pierden su sentido. La cooperación interpersonal y la distribución equitativa de
toda la riqueza del mundo entre todas las naciones y pueblos reemplazarían la
competencia que es la fuente de todos los conflictos y generadora de desigualdad,
injusticia, violencia, odio... Visto de esta manera, el fracaso de un sistema político y
económico basado en tales valores debe considerarse como una gran catástrofe de la
historia de la humanidad. Sin embargo, el asunto es un poco más complicado. La
oposición al socialismo por las potencias capitalistas asumió también un cierto
contenido ideológico que también estaba relacionado con los sueños e ideales eternos de
la humanidad. Concretamente, la propaganda antisocialista durante las décadas de la
Guerra Fría puso mucho énfasis en la defensa de la libertad, de la democracia... porque,
eso , en los lugares donde se ensayó la economía socialista se actuó desde el principio
a la defensiva reduciendo o casi anulando los derechos políticos y civiles de la
población. Explicar por qué se produjo tal desarrollo en ese sistema sería una tarea que
requeriría un informe muy extenso y que iría más allá del propósito de este escrito.
Ahora digamos simplemente que esa evolución tuvo lugar y que de alguna manera
debilitó la posición ideológica de las fuerzas prosocialistas.
Hoy, casi dos décadas después del colapso de los regímenes comunistas, se puede decir
que los pueblos de esos países fueron realmente engañados. La democracia y la libertad,
que tanto enfatizó alguna vez la propaganda procapitalista, todavía faltan en esa zona
geográfica, o son sólo una formalidad, como ocurre, por otra parte, también en los
países del mundo capitalista de siempre. Pero mientras tanto, los logros del socialismo
en materia de igualdad, protección social, trabajo, educación y salud para todos... han
desaparecido drásticamente del horizonte de la vida cotidiana de los ciudadanos de esos
países. Es decir, el capitalismo, incluso las formas salvajes de capitalismo, fueron
fuertemente establecidos en esa sociedad. La lección histórica que se puede extraer de
estos acontecimientos es que lo que realmente importa para los dominadores del mundo
es el beneficio económico, no las ideas de libertad y democracia. Estas son sólo material
ideológico para engañar a los pueblos. Esta enseñanza también es importante para
evaluar la situación actual.
Actualmente, el peligro de guerra no consiste en una posible confrontación entre estados
capitalistas; el sistema capitalista está bastante bien establecido, es estable y se
encuentra bajo el liderazgo de Estados Unidos. Tampoco existen Estados fuertes con
una ideología racista, como el nazismo del siglo pasado. Y, como hemos visto, el
enfrentamiento entre grandes sistemas con diferentes estructuras socioeconómicas
terminó definitivamente con la victoria del capitalismo. Los regímenes socialistas
supervivientes: China, Cuba, Vietnam, Corea... no luchan hoy para derrocar el sistema;
su único objetivo es mejorar su situación económica, incluso dentro de las coordenadas
y en el marco del sistema capitalista global.
Ahora muchos indicios parecen mostrar que las guerras futuras serán enfrentamientos
entre civilizaciones. A escala mundial existe una civilización dominante, la conocida
como civilización occidental, que ha alcanzado el mayor grado de desarrollo
económico y científico-técnico conocido hasta el momento, y cuyo entorno territorial es
Europa y América. Uno de los elementos distintivos de toda civilización es la religión,
en este caso se trata del cristianismo en sus diversas variantes pero en proceso de
retroceso, al menos en lo que se refiere a la influencia de las iglesias. Pero la
civilización occidental comparte ese elemento con otras, África central y meridional,
América del Sur... Allí otras civilizaciones locales, o sus restos, comparten el territorio
y la religión con la civilización occidental dominante y en expansión de origen europeo.
Otros elementos, como el mencionado desarrollo científico-técnico, son imitados,
buscados, por todas las demás culturas del mundo. En cualquier caso, el poder que
proporciona este poder científico-técnico influye, tiene efecto, para bien o para mal, en
la población de todo el planeta.
El aparato de producción altamente industrializado de esa cultura dominante funciona
con combustibles derivados del petróleo.
El petróleo, formado irregularmente bajo tierra
en el planeta, se ha convertido, desde hace más de un siglo, en un producto de alto valor
muy buscado por todas las potencias industriales. El control de esta fuente de riqueza
fue uno de los principales motivos de los conflictos militares del siglo pasado, incluidas
las dos guerras mundiales mencionadas. En la actualidad, en el ámbito de la civilización
dominante se encuentran los países más poderosos desde el punto de vista militar y,
como se ve, la filosofía dominante aquí es el capitalismo, es decir. la tendencia a
extraer, a través de la competencia, el mayor beneficio y a disfrutar de la mayor riqueza
y nivel de vida incluso por encima de la miseria y la ruina de otros pueblos. Claramente
hablando, las potencias imperialistas intervienen por militarmente en cualquier parte del
camino donde el control del petróleo existente estaría en riesgo para ellos.
sta situación es una fuente constante de conflicto, pero ahora el enfrentamiento adopta
la forma de lucha entre civilizaciones. En general, hasta ahora no existe una gran
oposición en el mundo contra los valores y la cultura de la civilización occidental
dominante. Es, sí, una resistencia contra la rapacidad y explotación del imperialismo
militar, pero no un rechazo a la cultura y los valores de la civilización en cuestión. Pero
con alguna excepción importante, muy importante. Se trata de la civilización
musulmana o islámica, cuyo entorno territorial es el norte de África, Oriente Medio,
Asia Occidental… Sí, esos títulos aluden al carácter religioso de los pueblos de esa
zona, al mahometismo en sus diversas variantes. Porque parece que aquí estamos ante
una especie de renacimiento de una cultura religiosa que, durante varios siglos,
permaneció en una situación de estancamiento, inmovilidad, decadencia...
La oposición de esa cultura a Occidente se manifiesta incluso por medio de la violencia,
principalmente la violencia terrorista. El ataque aéreo a las torres gemelas de Nueva
York inauguró un estilo terrorista de matanza masiva con una serie de ataques similares
en varios lugares del mundo, entre ellos España. Se pueden encontrar tensiones de
amenaza militar, cuando no guerras reales, en la periferia de esa zona dominada por
musulmanes que limita con el territorio de otros pueblos con otras culturas,
principalmente en confrontación con la civilización occidental o con partes del mundo
más o menos influenciadas por esa cultura: Turquía, Israel/Palestina, Afganistán, Sudán
del Sur… A este frente de guerra externo hay que sumar también lo que podría llamarse
el frente interno contra la cultura occidental: la violencia terrorista del fundamentalismo
islámico contra personas de la misma sociedad dominada por los musulmanes pero que,
de alguna manera, representan aspectos de la cultura occidental: intelectuales,
feministas... (Argelia), o cristianos coptos (Egipto, Siria...). Y finalmente está también
la violencia, también terrorista, entre las distintas variantes mahometanas: el chiísmo
contra el sunnismo en Irak, la violencia contra los kurdos en ese mismo país y también
en Turquía, el fundamentalismo islámico en Afganistán... En algunos círculos políticos
se suele utilizar la expresión: alianza de civilizaciones. El Presidente del Gobierno de
nuestro país a veces expresa este concepto como oposición al de guerra entre
civilizaciones. En verdad, esa contradicción es lo aparente; si se hace hincapié en la
alianza de civilizaciones es precisamente porque el peligro de guerra entre
civilizaciones es muy real y se pretende exorcizarlo, por así decir. De hecho, parece que
la fórmula alianza de civilizaciones fue expresada por primera vez en Irán (Persia) por
uno de los políticos de ese país, y paradójicamente ahora precisamente de ese país están
llegando señales de peligro de guerra debido al desarrollo de armas nucleares allí. Este
conflicto puede interpretarse, y de hecho se interpreta, según dos esquemas diferentes.
Según el primero de ellos, se trataría sólo de otra lucha más por el control de las fuentes
de petróleo. No faltan argumentos a favor de esta tesis: la agresión estadounidense
contra Irak, el apoyo norteamericano a la región secesionista de la zona petrolera del sur
de Sudán... Según el otro punto de vista, los elementos culturales distintivos de ambas
civilizaciones son muy importantes, entre ellos, sobre todo, las diferencias religiosas.
También hay argumentos que apoyan esta interpretación: no es casualidad que en el
mundo musulmán los soldados de los ejércitos extranjeros que luchan en Irak,
Afganistán y otros lugares sean llamados cruzados, en referencia al enfrentamiento,
durante la Edad Media, entre los Cruzados europeos contra los reinos musulmanes.
No es el propósito de este escrito declarar la exactitud de una u otra interpretación, que
debería ser la conclusión de todo lector de este y otros materiales sobre el tema. Pero se
puede señalar que no existe una contradicción absoluta entre ambos puntos de vista. El
hecho de que los dominadores de ambos bloques en conflicto resuelvan sus
contradicciones económicas por medios militares no anula la realidad de que las masas
se mueven o son movidas por la identificación con su propia cultura para luchar contra
los enemigos pertenecientes a otra civilización. De hecho, algo parecido ya ocurrió
durante las citadas Cruzadas medievales.
Para ayudar a la comprensión del peligro de guerra entre civilizaciones, puede ser útil
conocer la naturaleza y forma de funcionar de uno de los principales protagonistas de
los conflictos que produce ese enfrenta
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las organizaciones
terroristas del fundamentalismo islámico. En el estudio de ese factor del enfrentamiento
entre civilizaciones son muy instructivas las obras de Loretta Napoleoni, especialmente
la titulada JIHAD, que estudia los métodos de financiación de las organizaciones
terroristas en el marco de la economía global. Ella demuestra que los grandes
movimientos históricos, como las cruzadas medievales y la Guerra Fría, tenían raíces y
motivaciones económicas, y los combatientes fueron llevados a algún tipo de violencia
ilegal financiada mediante saqueos. Todas las formas de terrorismo, el del 11 de
septiembre del o 2001 contra Estados Unidos, cualquier atentado suicida o esa
violencia que toma la forma de movimientos de liberación nacional o de independencia,
no pueden florecer sin algún tipo de flujo incesante de dinero en efectivo.
El libro explica la manera de lograr el sustento económico necesario de estos
movimientos, como el de los talibanes, que, organizados y armados por la CIA en la
década 1979-1989, expulsaron al Ejército Rojo de Afganistán, los combates que
pusieron fin a 130 años de colonialismo francés en Argelia, la dominación y las
sangrientas guerras civiles contemporáneas en muchos lugares de África. A menudo los
grupos combatientes que logran cumplir su objetivo original continúan existiendo y
evolucionando hacia nuevas metas, tal fue el caso de Al Qaeda que se dirigió contra
Occidente después de lograr su objetivo original.
Según Napoleóni, la Nueva Economía del Terror no era posible antes del final de la
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uerra
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a
. E
s cierto que en aquella época existían organizaciones terroristas y algunas de
ellas incluso lograron su objetivo y, por supuesto, también necesitaban financiación.
P
ero la economía contemporánea del terror está necesariamente ligada a la globalización
que tuvo lugar después del fin de la Guerra Fría y sus consecuencias políticas y
económicas. La retórica de los grupos terroristas y sus simpatizantes enfatiza e insiste
fuertemente en la contradicción entre el sistema capitalista occidental dominante y la
nación musulmana cuya clase emergente de empresarios y gestores bancarios encuentra
cerrados o bloqueados los caminos hacia el desarrollo y la prosperidad. En el fondo de
esta propaganda está el sueño de revertir una situación similarmente a la que ocurrió en
la Edad Media, cuando el mundo islámico dominante fue desafiado por las clases
dominantes europeas por medio de las Cruzadas y, finalmente, el mundo musulmán
logró resistir y derrotar a ese enemigo de su civilización.
Los lectores de las obras de Loretta Napoleoni tienen ante la tarea de estudiar y
decidir si la tesis de la autora es correcta cuando dice que la lucha contra el terrorismo
islámico y las ideas que propaga debe llevarse a cabo principalmente en el ámbito
económico. Dado que en la propaganda para el reclutamiento de terroristas también hay
ideas (religiosas), debemos considerar la necesidad de luchar también en el campo
ideológico. En todo caso debemos tomar nota de que en el mundo real tenemos hoy un
enfrentamiento entre civilizaciones, y la idea de “alianza de civilizaciones” es buena si
se la considera como un objetivo a conseguir. Objetivamente debemos concluir que la
dificultad para conseguir ese ideal es la misma que generó la Guerra Fría, la lucha de
clases a nivel universal. Cabe temer que la humanidad se desenvolverá tan mal en este
nuevo marco como en el anterior, y que el siglo XXI, que recién inauguramos no será
menos violento que el XX y los anteriores.
Este artículo fue inicialmente publicado en Esperanto en octubre de 2007 en el
núm. 82 de la revista HELECO de la Asociación Asturiana de Esperanto.